¿Cómo llegué a la maternidad eficiente?

23/04/2021

Mi llegada a la maternidad eficiente no fue una casualidad.  Ha sido y seguirá siendo un proceso de desaprender y aprender, de estudiar, probar, practicar, refutar y evidenciar herramientas y técnicas de buena crianza, que me han ayudado a acompañar a mi hija, y a los hijos de otras madres,  durante todo su desarrollo

Para ponerte en contexto, te voy a contar mi historia desde el comienzo.

Mi infancia: maltrato constante, cero maternidad eficiente

Crecí en una casa con una dinámica familiar super disfuncional. Nada se desarrollaba como debía, todo era un caos, no había un momento de paz ni tranquilidad.  El estrés era el estado de ánimo crónico (y de allí salieron varias patologías que te contaré luego). Imaginate 3 niñas en estrés constante, sin un momento de descanso.

Constantemente había violencia: gritos, golpes, insultos muy fuertes (ningún niño debería ser llamado de esas maneras, nunca, jamás) mayormente por parte de mi mamá. Mi papá nos pegó un par de veces. No lo justifico, y aún con ese par de veces él siempre ha sido mi pilar. Mi papá junto con mi abuelita, eran el oasis en el desierto.

Lo peor de todo es que la mayoría de las veces, ni siquiera sabíamos qué habíamos hecho “mal”, solo venían los golpes “de la nada”, sin explicaciones o advertencias. Era como si pegarnos, insultarnos, humillarnos fueran su momento de felicidad en el día.  Éramos su pera de boxeo, pagábamos todas sus frustraciones. Nunca parecía estar totalmente descargada o satisfecha, porque no había un momento de paz.  Me viene a la mente, con claridad, el momento en el que le dije “tú no tuviste que haber tenido hijos, no deberías ser mamá”. Yo tendría unos 9 años, no más (por su puesto, acto seguido, un golpe). 

Recuerdo que las horas de la comida eran terribles. Apenas nos sentábamos a comer empezaban los reclamos, acusaciones, peleas, golpes, amenazas… Yo no comía, al menos no en esos momentos, no me pasaba la comida, y como no podía comer con ese desastre a mi alrededor, me pegaban y castigaban porque no comía. “No te paras de allí hasta que te lo comas todo”  (daban las 7 de la noche y yo sentada aún con el almuerzo al frente, frío)

Los insultos eran normales. No pasaba un día en el que no nos insultara. A veces ni entendíamos lo que nos estaba diciendo, porque las palabras eran tan fuertes que era imposible que a nuestra edad entendiéramos el significado.  

Mientras era niña, pensé que esa era la manera normal de tratar a las personas y, ¿adivina que? Empecé a ser déspota, violenta, grosera con los demás, en especial con mi hermana menor.  Porque había aprendido que el más grande tiene el poder de someter, humillar, golpear al más pequeño. Que los conflictos se resolvían a golpes y que quien gritara más, ganaba.

Cuando crecí, sentía que no estaba bien lo que me hacían, ni lo que hacía, ni sentir rabia constantemente. (además no podía expresarla porque venían los golpes. Era un sentimiento “malo”, de irrespeto).  Aquí empezó mi acercamiento, por así decirlo, a la maternidad eficiente

Como parte de mi armadura emocional, esa que tuve que ponerme para poder sobrevivir, tengo lagunas mentales muy grandes con respecto a mi infancia.  No logro recordar muchas cosas, las borré de mi memoria.  Otras están allí, bien marcadas.

Mi adolescencia: evasión y descubrimiento de otras formas de crianza

De adolescente pasaba muy poco tiempo en casa. Mientras menos tiempo pasara allí, más conflictos iba a evitar, así que las casas de mis amigos eran mis casas (gracias a Dios por mis amigos).  

La rutina casi todos los días era: llegar del colegio a la casa, bañarme, comer (si podía), hacer la tarea y salir, o salir a hacer la tarea en casa de alguien.  No me gustaba llevar amigos a la casa, porque con o sin ellos allí, siempre había conflicto.  La visita no evitaba el show.

Los fines de semana me despertaba, desayunaba, limpiaba la casa (para evitar conflicto por allí), y me iba a casa de alguien, o a hacer algo… Casi nunca estaba en casa.  No lo soportaba.

Y a veces, aún pasando todo el día afuera, al llegar a la casa me encontraba con un reclamo, un regaño, unos golpes…. Por algo que había pasado o que no había pasado (sin yo estar presente)… 

En esa época (a los 12 años) conocí a un muchacho (él tenía 14), cuya mamá me enseñó cómo era una familia normal y una relación madre-hijo funcional. Cuando estaba en su casa, me maravillaba de ver lo bien que se llevaban, lo respetuosos que eran uno con el otro, lo colaboradores que eran. Para mí era casi increíble ver cómo las relaciones familiares podían ser buenas.

Habiendo visto cómo los integrantes de una familia se podían relacionar de manera adecuada, ratifiqué que lo que yo vivía en casa, definitivamente no era normal y no estaba bien.  Pensaba  “ningún niño debe pasar por lo que pasé”.

Me fui de mi casa muy joven para ir a la universidad, que quedaba en otra ciudad diferente de la que vivía. Me sentía como extraterrestre, tuve que hacerme cargo de mi misma tan joven.  Trabajaba cuando podía para poder pagarme los gastos, porque los horarios de la universidad no me permitían tener un trabajo con horario fijo.  Maduré mucho, crecí, viví, cultivé relaciones con amigos, con familias. Conocí normalidades y anormalidades, toxicidades (de las que me alejé en su mayoría), y comencé a aprender cómo relacionarme de manera funcional con mi entorno.

Un gran amigo me recomendó un libro que cambió mi vida. Su contenido me  transformó y lo aplico desde que lo leí la primera vez.  El libro es “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas”  de Dale Carnegie.  Te lo recomiendo con los ojos cerrados.

Con las herramientas del libro y las experiencias vividas, me fui formando una idea de cómo quería tratar a mis hijos, cuando los tuviera, porque no quería que ellos sintieran por mí lo que yo, una vez, sentí por mi mamá.  No querían que ellos se sintieran conmigo como yo me sentía con mi mamá

Llegué a la adultez: desaprender, aprender, madurar y poner en práctica la maternidad eficiente

De adulta cargué con secuelas de la infancia, que trabajé en terapia. Cosas como el sentimiento de estrés constante, somatizaciones de estrés disfuncionales, manejo de la ira, etc. Sané y perdoné, porque es la única forma de avanzar, de evolucionar. 

Pensaba “no voy a hacer pasar a mis hijos por lo que pasé yo”.  No voy a hacer que mis hijos deban ir a terapia cuando sean adultos o que se enfermen de cosas inexplicables que luego no tienen solución. Voy a criar a mis hijos física y emocionalmente sanos.

Y me casé con mi novio de 6 años, porque queríamos tener hijos. Y luego de año y medio me embaracé.  Y aquí surgieron ciertos miedos míos (sé que mi esposo tuvo sus propios miedos): “¿Seré suficiente para este bebé?”, “¿Podré cuidarlo de manera distinta a como lo hicieron conmigo? Mi pregunta real era: ¿de verdad sané, superé y aprendí de mi experiencia de crianza?”.

Afortunadamente, durante mi embarazo decidí estudiar cómo se debe criar bien y qué es lo mejor para el niño. Aprendí lo que les pasa a todos los niños en cada una de las etapas de su desarrollo y entendí qué era lo que debía hacer para acompañar a mi bebé en su crecimiento. Así dí mis primeros pasos, conscientemente, hacia la maternidad eficiente .

Desaprendí malos hábitos, me deshice de paradigmas inservibles y volví a aprender formas nuevas y respetuosas de tratar a los niños. Me preparé lo mejor que pude. Entendí, por mi propia experiencia, que la violencia tiene secuelas importantes en la vida de una persona y que los golpes son terribles e innecesarios. 

En un abril maravilloso, nació mi hija y puse en práctica con ella, lo que aprendí durante mi estudio en el embarazo y funcionó. Luego con otros niños y funcionó. Y allí confirmé la importancia de criar a los niños amándolos, respetándolos y creando apego con ellos, para que luego empiecen su independencia. Evidencié que solo a través de la metodología ARA (amor, respeto y apego), los niños florecen en su máximo esplendor, y que nosotros como padres, solo debemos entender y respetar sus procesos, y maravillarnos en el camino. 

Experimenté que el establecimiento de límites y reglas claras es absolutamente necesario en la maternidad eficiente, para darles seguridad a los niños y enseñarles responsabilidad.  Que la firmeza con amor es posible.  Que el respeto del niño se gana respetando al niño.  Que las estructuras y rutinas les dan confianza a los pequeños.

Estoy convencida de que la maternidad eficiente es la mejor manera de cambiar el mundo. Porque las #Macamamis eficientes estamos produciendo seres humanos diferentes, que tienen conciencia del todo y que quieren aportar cosas nuevas y valiosas.  Y que si queremos obtener resultados diferentes, debemos implementar cosas diferentes.

Esta es mi historia, en pocas palabras.

¿Crees que no puedes lograr la maternidad eficiente? Si yo lo logré (aún con mi historia), tú también puedes

Cuéntame, ¿cómo llegaste a la maternidad eficiente? Me encantaría leerte

«mamis informadas, mamis eficientes»

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