9 recomendaciones para manejar las peleas entre hermanos

9 recomendaciones para manejar las peleas entre hermanos

¿Te gustaría ayudar a tus hijos a llevarse bien? ¿A manejar el conflicto y resolver problemas?  Estás en el lugar correcto para descubrir cómo manejar peleas entre hermanos.  

Peleas entre hermanos

Los niños no pelean para volverte loca, son solo pequeños seres humanos que aún no saben cómo manejar sus emociones o los conflictos  Es nuestro trabajo como padres enseñarles a lidiar con esos sentimientos y situaciones

¿Cómo enseñarles a hacerlo? Toma nota de estas recomendaciones para manejar las peleas entre hermanos.

1.- Dale atención individual a cada uno

Pasa tiempo especial con cada uno, de forma individual, sin distracciones, sin mencionar a los hermanos.  Métete en su mundo e interésate solo por él en ese momento.  Hazle sentir que adoras pasar tiempo a su lado.  Escúchalo.  Informales que cada uno tendrá tiempo especial contigo (esto no es un privilegio, es una necesidad)

2.- No compares a los hermanos

“¿Por qué no puedes portarte como tu hermano?”, “Tu hermana saca excelentes calificaciones, no entiendo como tú no puedes”

Cuando les dices cosas como estas, tu hijo solo entiende:

“A mi mamá solo le gusta lo que hace mi hermana”, “Todo lo que yo hago está mal” “Nunca podré ser como mi hermano”.  

Y esto solo lleva al resentimiento y la baja autoestima.  Cada niño es diferente y debe ser reconocido por su unicidad.

Dale Carnegie decía “Atribuye a la otra persona una buena reputación para que se interese en mantenerla.  Haz esto con cada uno de tus hijos y verás maravillas

3.- Reconoce sus sentimientos y empatiza con ellos

Debemos validar los sentimientos no placenteros, tienen todo su derecho de sentirse así. Y debemos enseñarlos a sacarlos o expresarlos de forma funcional, porque si no van a explotar tal cual olla de presión. Tu hijo, al igual que todo ser humano, tiene el derecho de expresar cómo se siente

Cuando haya conflicto entre ellos y alguno venga a contarte, escúchalo.  Respóndele con algo como esto:

“Veo que estás molesto con tu hermano, y usaste palabras para decirle que parara”

“Veo que estás pegando, recuerda que pegar e insultar no está permitido en casa.  Te veo molesta.  Puedes decirle a tu hermana, qué es lo que te molesta sin pegar ni insultar?”

“Si, eso es frustrante. Veo que estás molesto. Te hubiera gustado que él no lanzará tu carrito al piso”  (esta no requiere intervención de hermano)

Describe la situación sin juzgar.  Recuérdales que pueden resolver la situación sin pelear

4- No les pongas etiquetas

Más que manejar peleas entre hermanos, esto te ayudará a evitarlas. Usar etiquetas hace que todos se sientan mal.  Si la etiqueta es positiva (“Él es el ordenado de la casa”), el niño siente la inmensa responsabilidad de llenar esa etiqueta todo el tiempo, siente que jamás puede fallar para que el hermano que no recibe la etiqueta, sienta que jamás podrá llenar sus zapatos (“yo soy el desordenado”).  

Si la etiqueta es negativa, tiene consecuencias emocionales a largo plazo, que pueden desencadenar en depresión y baja autoestima (“no sirvo”, “nunca podré…”) y terminan siendo adultos disfuncionales.  En general, esto lleva a rivalidades.

5.- Enséñales a lidiar con la rivalidad entre hermanos

Desarrolla en ellos la habilidad de resolver conflictos pacíficamente y la de negociar.  peleas entre hermanos Ambas conllevan maneras creativas de expresar el enojo

Para ayudarlos a resolver los conflictos pacíficamente enseñales a:

  • Alejarse de la situación
  • Respirar profundo
  • Contar del 1 al 10
  • Expresar su dolor con palabras
  • Escribir o dibujar sus sentimientos
  • Técnicas de descarga de emociones
  • Usar la frase “Me siento __________ cuando haces ____________.  Necesito que por favor ____________________________ para dejar de sentirme _________”

Para ayudarlos en la negociación

  • Tomar turnos y esperar su turno
  • Dividir las tareas que hacer equitativamente entre todos
  • Intercambiar objetos, así cada uno se beneficia

6.- Intervén solo cuando sea necesario

Una vez les hayas enseñado las habilidades de resolución de problemas, dales la oportunidad de resolver el problema por sí solos.  Intervén solo cuando ellos necesiten tu ayuda

Ver también: ¿Cómo llegué a la maternidad eficiente?

7.- Controla tu ira

Esta parece la recomendación #1 en cuanto a maternidad se refiere.  Modela el comportamiento que esperas de tus hijos.  Respira profundo y ponte en sus zapatos.  Revisa mis posts sobre cómo dejar de ser una madre reactiva.

8.- Está bien no compartir

Como hemos visto, los niños no están obligados a compartir

Enséñalos a tomar turnos, esperar y respetar el deseo del otro de no compartir.  Esto aplica tanto para los objetos como para su tiempo y su espacio

Los niños pueden no ser capaces de comprender las emociones del otro, así que cuando veas que uno de ellos está molesto, puedes decirle a los otros, por ejemplo, “tu hermano está molesto porque tiene sueño, vamos a darle su espacio para que pueda descansar y estar contento de nuevo”.  Esto los ayuda a aprender a respetar, a ser empáticos y a entender las emociones de los demás

9.- Enséñales a apreciar las buenas intenciones de los demás

Celebra los actos de bondad de cada uno y el esfuerzo que hizo para lograrlo, esto hace que quieran repetirlo y así va a aumentar la harmonía en casa

Obviamente estas recomendaciones para manejar las peleas entre hermanos no dan resultados por arte de magia. Se trata de un trabajo que debes hacer con tus hijos de form continua hasta que se convierta en hábito.  Con la práctica lograr la habilidad

Mamis informadas, mamis eficientes

7 Pasos para hacer que tu hijo te escuche

7 Pasos para hacer que tu hijo te escuche

Una queja recurrente de los padres es que sus hijos no los escuchan o no les hacen caso. A veces, parece que no importa la edad que tengan, nuestros hijos no nos prestan atención, ni hacen lo que les pedimos que hagan. ¿Sabes por qué pasa esto?. Hoy te voy a dar  las claves para que tu hijo te escuche y actúe. 

que tu hijo te escuche

Cuando yo era una niña, recuerdo que me regañaban constantemente.  Una de las razones era porque no había hecho algo que, supuestamente, me habían pedido que hiciera.  Entonces venían las etiquetas »eres una floja”, “nunca haces nada”, “siempre tengo que repetirte las cosas e igual no las haces”, etc, etc, etc..  Sinceramente, nunca logré recordar ninguna de esas veces en las que me pidieron que hiciera algo y no lo hice, simplemente no lo recordaba.

¿Por qué no te ponen atención?

Ahora, de adulta, y luego de haber estudiado mucho sobre la crianza respetuosa para ejercer una maternidad eficiente, entiendo qué pasaba en mi casa. Entendí qué era lo que no me “permitía” hacer lo que me pedían que hiciera.  

Principalmente identifiqué 4 causas que evitan que tu hijo te escuche. Te las voy a explicar con mi ejemplo, porque seguramente te vas a relacionar mejor con esas escenas: 

  • El niño está inmerso en una actividad: mientras yo hacía otra cosa o estaba muy entretenida jugando, mi mamá me decía algo y no se aseguraba que yo le estaba prestando atención cuando ella daba la orden.  Es más, no se me acercaba a hablarme y hacerme la petición, yo estaba en la sala jugando y ella pegaba un grito desde la cocina, al que yo, por supuesto, no prestaba atención.  No hacía lo que me había pedido, acto seguido, castigo, insulto, violencia, etc.
  • No se dan órdenes completas: muchas veces me decían cosas como “tráeme un…” y nunca completaban la frase. Yo me quedaba esperando y como no tenía la otra parte de la orden, me iba a seguir con mis actividades.  No hacía lo que me había pedido, acto seguido, castigo, insulto, violencia, etc.
  • No se dan órdenes claras: mi mamá era de las que usaba frases como “traeme el bicho que está en el coso del cuarto”.  Yo no entendía nada, y en lugar de preguntarle (porque me regañaba), me daba media vuelta y me iba a hacer otra cosa. No hacía lo que me había pedido, acto seguido, castigo, insulto, violencia, etc.
  • No se busca un compromiso cuando se pide hacer algo: yo era una niña, no iba a dejar de hacer algo que me entretuviera por ir a hacer algo que no me agradara.  No hacía lo que me había pedido, acto seguido, castigo, insulto, violencia, etc.

Seguro ya notaste que solo me daban órdenes. Porque eran eso “Tú – haz – tal – cosa – ya”.  No creas que  había un “por favor” ni amabilidad. Luego de haber desaprendido, estudiado, aprendido, ser madre y aplicado, entendí lo que, como cualquier madre, debes hacer para que tu hijo te escuche y haga lo que le estás pidiendo.

7 pasos para hacer que tu hijo te escuche y actúe

Estoy segura que empiezas a entender muchas cosas que siempre pasan por tu mente cuando quieres que tu hijo te escuche. Te lo voy a poner en una lista de 7 pasos, sencillos, que aplico con mi hija y logran maravillas en mi casa.

  1. Pide su atención de forma amable y no continúes hasta que la tengas: los niños viven el aquí y el ahora.  Siempre están inmersos en lo que están haciendo. Por eso, necesitas hacer que tu hijo deje de hacer lo que hace y te vea, hazlo de manera amable, con un llamado de atención.  Por ejemplo:  “Carlos, hola, hey”, “hijo mírame por favor”. Otra herramienta que puedes usar es identificar cuál llamado de atención usan en su colegio y utilizarlo tú. Por ejemplo “1, 2, 3” y te responde “a, b, c” o en inglés “Eyes on me” y ella responde “eyes on you”.  No continúes con los otros pasos hasta que no tengas la completa atención de tu hijo. Recuerda siempre ser amable. Conecta con él.
  1. Bájate a su nivel visual: para mantener su atención, adopta una postura que te permita ubicar tus ojos a la altura de sus ojos.  Esto funciona perfecto con niños pequeños. Si tu hijo es más grande, asegúrate que está haciendo contacto visual contigo.  Así estarás segura de que toda su atención es tuya, que no va a distraerse con nada más. 
  1. Dale tu atención por completo: si tú estás demandando su atención para pedirle algo, tú debes darle toda tu atención.  Olvídate del celular, la TV, el perro, lo que está haciendo tu otro hijo, etc.  Conecta con tu hijo dándole toda tu atención para hacer la petición de forma clara.
  1. No lo regañes, suaviza tu tono: imagina que alguien te va a pedir que hagas algo y lo hace en forma de regaño, te grita, no es amable. ¿Tendrías ganas de hacer eso que te piden? Seguro tu respuesta es NO. A tu hijo le pasará igual. Si la petición viene en forma de regaño, no va querer hacer nada y hay altas probabilidades de que no lo haga.  Conecta con tu hijo antes de hacerle una petición, háblale amablemente, con respeto y consideración.
  1. Dale 1 instrucción a la vez, corta, precisa y de forma positiva: la capacidad de atención de los niños es limitada. Si vas a pedirle más de 1 cosa, hazle 1 petición a la vez. Pasa por estos 7 pasos para lograr que tu hijo escuche cada una de las cosas que le vas a pedir, en especial si es pequeño.  Cuando son más grandes, 8 a 9 años, puedes nombrar una lista de 3 cosas para hacer, bien numerada y específica, por ejemplo: 1) Por favor busca tus crayones, 2) luego busca una hoja blanca y 3) Siéntate en la mesa a dibujar.

GRÁFICO TABLA TEMPOS DE ATENCIÓN

  1. Pídele que te repita, en sus palabras, la instrucción que le diste: este es un paso crucial en el proceso.  Muchas madres se lo saltan y eso genera conflicto, porque muchas veces pierden su atención y el niño comienza a pensar en cualquier cosa o, simplemente, no entienden lo que están pidiendo. Pídele a tu hijo que repita lo que acabas de decirle, de forma amable y calmada “A ver Carlos, ¿qué acabo de decirte?” Si no logra repetir lo que le dijiste, no pasa nada, no lo regañes. Simplemente comienza desde el paso 1, obtén su atención de nuevo, dale la instrucción y vuelve a pedirle que te repita lo que acabas de decirle.  Asegúrate de que escuchó y entendió lo que solicitas.  Recuerda que es responsabilidad del que habla hacerse entender.
  1. Pídele que haga la acción en ese momento, si así lo necesitas: logra un compromiso de su parte, para hacer lo que le pides. Por ejemplo “Carlos, cuándo vas a ir a buscar los crayones de colores?”  Y espera a que él te dé respuesta.  Así estás trabajando 2 cosas: que haga lo que pidas e inculcar responsabilidad. Hizo un compromiso para hacer lo que le pediste y debe cumplirlo.  Si no cumple, puedes decirle luego “Recuerda que me dijiste que ibas a ir a buscar tus crayones en cuanto hablamos?  Veo que no lo hiciste, ¿puedes por favor ir a buscarlos?”

Estos son 7 pasos sencillos para hacer que tu hijo te escuche.  El punto está en aplicarlos, practicarlos tanto que se vuelvan un hábito, que ya no los tengas que pensar, sino que salgan solos.

Recuerda que no puedes hacer una petición sin que haya antes conexión.  

Mamis informadas, mamis eficientes

El aprendizaje es un proceso activo. Aprendemos haciendo. Solo el conocimiento que se usa queda en su mente.”  – Dale Carnegie

Cuéntame qué te parecen estos pasos. Y cuando los pongas en práctica, cuéntame los resultados.

¿Cómo llegué a la maternidad eficiente?

¿Cómo llegué a la maternidad eficiente?

Mi llegada a la maternidad eficiente no fue una casualidad.  Ha sido y seguirá siendo un proceso de desaprender y aprender, de estudiar, probar, practicar, refutar y evidenciar herramientas y técnicas de buena crianza, que me han ayudado a acompañar a mi hija, y a los hijos de otras madres,  durante todo su desarrollo

Para ponerte en contexto, te voy a contar mi historia desde el comienzo.

Mi infancia: maltrato constante, cero maternidad eficiente

Crecí en una casa con una dinámica familiar super disfuncional. Nada se desarrollaba como debía, todo era un caos, no había un momento de paz ni tranquilidad.  El estrés era el estado de ánimo crónico (y de allí salieron varias patologías que te contaré luego). Imaginate 3 niñas en estrés constante, sin un momento de descanso.

Constantemente había violencia: gritos, golpes, insultos muy fuertes (ningún niño debería ser llamado de esas maneras, nunca, jamás) mayormente por parte de mi mamá. Mi papá nos pegó un par de veces. No lo justifico, y aún con ese par de veces él siempre ha sido mi pilar. Mi papá junto con mi abuelita, eran el oasis en el desierto.

Lo peor de todo es que la mayoría de las veces, ni siquiera sabíamos qué habíamos hecho “mal”, solo venían los golpes “de la nada”, sin explicaciones o advertencias. Era como si pegarnos, insultarnos, humillarnos fueran su momento de felicidad en el día.  Éramos su pera de boxeo, pagábamos todas sus frustraciones. Nunca parecía estar totalmente descargada o satisfecha, porque no había un momento de paz.  Me viene a la mente, con claridad, el momento en el que le dije “tú no tuviste que haber tenido hijos, no deberías ser mamá”. Yo tendría unos 9 años, no más (por su puesto, acto seguido, un golpe). 

Recuerdo que las horas de la comida eran terribles. Apenas nos sentábamos a comer empezaban los reclamos, acusaciones, peleas, golpes, amenazas… Yo no comía, al menos no en esos momentos, no me pasaba la comida, y como no podía comer con ese desastre a mi alrededor, me pegaban y castigaban porque no comía. “No te paras de allí hasta que te lo comas todo”  (daban las 7 de la noche y yo sentada aún con el almuerzo al frente, frío)

Los insultos eran normales. No pasaba un día en el que no nos insultara. A veces ni entendíamos lo que nos estaba diciendo, porque las palabras eran tan fuertes que era imposible que a nuestra edad entendiéramos el significado.  

Mientras era niña, pensé que esa era la manera normal de tratar a las personas y, ¿adivina que? Empecé a ser déspota, violenta, grosera con los demás, en especial con mi hermana menor.  Porque había aprendido que el más grande tiene el poder de someter, humillar, golpear al más pequeño. Que los conflictos se resolvían a golpes y que quien gritara más, ganaba.

Cuando crecí, sentía que no estaba bien lo que me hacían, ni lo que hacía, ni sentir rabia constantemente. (además no podía expresarla porque venían los golpes. Era un sentimiento “malo”, de irrespeto).  Aquí empezó mi acercamiento, por así decirlo, a la maternidad eficiente

Como parte de mi armadura emocional, esa que tuve que ponerme para poder sobrevivir, tengo lagunas mentales muy grandes con respecto a mi infancia.  No logro recordar muchas cosas, las borré de mi memoria.  Otras están allí, bien marcadas.

Mi adolescencia: evasión y descubrimiento de otras formas de crianza

De adolescente pasaba muy poco tiempo en casa. Mientras menos tiempo pasara allí, más conflictos iba a evitar, así que las casas de mis amigos eran mis casas (gracias a Dios por mis amigos).  

La rutina casi todos los días era: llegar del colegio a la casa, bañarme, comer (si podía), hacer la tarea y salir, o salir a hacer la tarea en casa de alguien.  No me gustaba llevar amigos a la casa, porque con o sin ellos allí, siempre había conflicto.  La visita no evitaba el show.

Los fines de semana me despertaba, desayunaba, limpiaba la casa (para evitar conflicto por allí), y me iba a casa de alguien, o a hacer algo… Casi nunca estaba en casa.  No lo soportaba.

Y a veces, aún pasando todo el día afuera, al llegar a la casa me encontraba con un reclamo, un regaño, unos golpes…. Por algo que había pasado o que no había pasado (sin yo estar presente)… 

En esa época (a los 12 años) conocí a un muchacho (él tenía 14), cuya mamá me enseñó cómo era una familia normal y una relación madre-hijo funcional. Cuando estaba en su casa, me maravillaba de ver lo bien que se llevaban, lo respetuosos que eran uno con el otro, lo colaboradores que eran. Para mí era casi increíble ver cómo las relaciones familiares podían ser buenas.

Habiendo visto cómo los integrantes de una familia se podían relacionar de manera adecuada, ratifiqué que lo que yo vivía en casa, definitivamente no era normal y no estaba bien.  Pensaba  “ningún niño debe pasar por lo que pasé”.

Me fui de mi casa muy joven para ir a la universidad, que quedaba en otra ciudad diferente de la que vivía. Me sentía como extraterrestre, tuve que hacerme cargo de mi misma tan joven.  Trabajaba cuando podía para poder pagarme los gastos, porque los horarios de la universidad no me permitían tener un trabajo con horario fijo.  Maduré mucho, crecí, viví, cultivé relaciones con amigos, con familias. Conocí normalidades y anormalidades, toxicidades (de las que me alejé en su mayoría), y comencé a aprender cómo relacionarme de manera funcional con mi entorno.

Un gran amigo me recomendó un libro que cambió mi vida. Su contenido me  transformó y lo aplico desde que lo leí la primera vez.  El libro es “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas”  de Dale Carnegie.  Te lo recomiendo con los ojos cerrados.

Con las herramientas del libro y las experiencias vividas, me fui formando una idea de cómo quería tratar a mis hijos, cuando los tuviera, porque no quería que ellos sintieran por mí lo que yo, una vez, sentí por mi mamá.  No querían que ellos se sintieran conmigo como yo me sentía con mi mamá

Llegué a la adultez: desaprender, aprender, madurar y poner en práctica la maternidad eficiente

De adulta cargué con secuelas de la infancia, que trabajé en terapia. Cosas como el sentimiento de estrés constante, somatizaciones de estrés disfuncionales, manejo de la ira, etc. Sané y perdoné, porque es la única forma de avanzar, de evolucionar. 

Pensaba “no voy a hacer pasar a mis hijos por lo que pasé yo”.  No voy a hacer que mis hijos deban ir a terapia cuando sean adultos o que se enfermen de cosas inexplicables que luego no tienen solución. Voy a criar a mis hijos física y emocionalmente sanos.

Y me casé con mi novio de 6 años, porque queríamos tener hijos. Y luego de año y medio me embaracé.  Y aquí surgieron ciertos miedos míos (sé que mi esposo tuvo sus propios miedos): “¿Seré suficiente para este bebé?”, “¿Podré cuidarlo de manera distinta a como lo hicieron conmigo? Mi pregunta real era: ¿de verdad sané, superé y aprendí de mi experiencia de crianza?”.

Afortunadamente, durante mi embarazo decidí estudiar cómo se debe criar bien y qué es lo mejor para el niño. Aprendí lo que les pasa a todos los niños en cada una de las etapas de su desarrollo y entendí qué era lo que debía hacer para acompañar a mi bebé en su crecimiento. Así dí mis primeros pasos, conscientemente, hacia la maternidad eficiente .

Desaprendí malos hábitos, me deshice de paradigmas inservibles y volví a aprender formas nuevas y respetuosas de tratar a los niños. Me preparé lo mejor que pude. Entendí, por mi propia experiencia, que la violencia tiene secuelas importantes en la vida de una persona y que los golpes son terribles e innecesarios. 

En un abril maravilloso, nació mi hija y puse en práctica con ella, lo que aprendí durante mi estudio en el embarazo y funcionó. Luego con otros niños y funcionó. Y allí confirmé la importancia de criar a los niños amándolos, respetándolos y creando apego con ellos, para que luego empiecen su independencia. Evidencié que solo a través de la metodología ARA (amor, respeto y apego), los niños florecen en su máximo esplendor, y que nosotros como padres, solo debemos entender y respetar sus procesos, y maravillarnos en el camino. 

Experimenté que el establecimiento de límites y reglas claras es absolutamente necesario en la maternidad eficiente, para darles seguridad a los niños y enseñarles responsabilidad.  Que la firmeza con amor es posible.  Que el respeto del niño se gana respetando al niño.  Que las estructuras y rutinas les dan confianza a los pequeños.

Estoy convencida de que la maternidad eficiente es la mejor manera de cambiar el mundo. Porque las #Macamamis eficientes estamos produciendo seres humanos diferentes, que tienen conciencia del todo y que quieren aportar cosas nuevas y valiosas.  Y que si queremos obtener resultados diferentes, debemos implementar cosas diferentes.

Esta es mi historia, en pocas palabras.

¿Crees que no puedes lograr la maternidad eficiente? Si yo lo logré (aún con mi historia), tú también puedes

Cuéntame, ¿cómo llegaste a la maternidad eficiente? Me encantaría leerte

«mamis informadas, mamis eficientes»